Llevo unos días dándole vueltas a lo que está pasando en el mundo de los cuentos, en particular de los cuentos que narramos de viva voz. Pienso que contar cuentos es una responsabilidad tan importante que no quiero callarme estas reflexiones.
Es que parece que de pronto han sucedido una serie de hechos tristes que podrían poner en peligro nuestro oficio, y a la vez una serie de respuestas de la gente que cuenta, que como bien dice la canción, pedimos «que no calle el cantor»… ni quienes contamos.
Los cuentos farmacia
Por un lado, me horroriza el auge insoportable de lo que yo llamo los «Cuentos farmacia». Cuentos para curar males, para solucionar problemas, para esto y para lo otro. Siempre me llama la atención cuando paso un rato en una librería para peques: la horda de personas adultas pidiendo un cuento que sirva para tratar los problemas más variopintos… no piden cuentos tradicionales, por ejemplo, ni originales, ni divertidos. No, lo que piden son cuentos que sirvan para tal o para cual. Como quien va a una farmacia.
En respuesta, por supuesto, el mundo editorial encarga todo tipo de cuentos – solución. No importa la calidad literaria, a veces ni siquiera la calidad de las ilustraciones, lo que importa es que sirvan para tratar un problema. Poco espacio queda para los buenos cuentos «que no sirven para nada». Pufff. ¡Como si un buen cuento tuviera que servir para algo más que para su disfrute!
Ya él mismo (el cuento) se encargará de darte la respuesta que buscas cuando la necesites. Pero eso lo hace él solito, no necesita de nuestra ayuda.
¿Te imaginas que un día cualquiera no tengas ningún problema? ¿Qué vas a leer entonces?
La censura, y lo que es peor, la auto-censura
Tengo el privilegio de coordinar la Ronda de Cuentos, un espacio de la Asociación MANO dedicado a la co-preparación de cuentos y a la reflexión sobre lo que pasa en nuestro oficio. Hace poco se generó un interesante debate sobre las cosas que pensamos que podemos decir y las que no. Cosas por ejemplo como que los lobos no pueden ser malos y otras sandeces por el estilo.
Yo opino que podemos decirlo todo, sin ninguna excepción, siempre teniendo en cuenta la forma en que lo decimos. Pienso que ese es nuestro deber, hablar de las cosas que otras gentes no pueden mencionar. Y tratar de las cosas feas que pasan tanto como de las bonitas. Y mostrar a peques y grandes un mundo tal cual es, con lobos feroces que se comen a las caperucitas, porque no son vegetarianos. Otra cosa tiene más bien poco interés (para mí).
¿Y el dinero, de dónde sale?
Ay ay, este sí que es un tema complicado. ¿Quién nos debería pagar? (porque que nos deberían pagar ya creo que ni lo discutimos, ¿no?).
¿Quién paga para que vayamos a los colegios a contar a la chiquillería y a mostrarles de paso lo apasionante que es leer? ¿Quién para que contemos en una librería, esos espacios maravillosos sin los cuales difícilmente podríamos vivir? ¿Quién para que contemos en los parques y las plazas, en las universidades (como se hace, y mucho en Colombia) y en otros espacios de la vida cotidiana? ¿Qué responsabilidad tienen los programadores de teatros y otras salas, cuando no cuidan la narración como el arte escénico que es?
Uy. Me parece que a este respecto tengo muchas preguntas y muy pocas respuestas.
«Que no calle el cantor»
Y con todo esto en mente resulta que esta mañana puse, mientras trabajaba en otras cosas, un programa de entrevistas argentino que se llama «Como hice». Estaba dedicado a Horacio Guarany, autor de una canción que forma parte de mi banda sonora personal: «Que no calle el cantor». He oído esta canción miles de veces cantada por Mercedes Sosa (pincha para oírlos cantando juntos) y siempre me emociona.
Bueno, el caso es que viene el hombre a defender con total contundencia el deber de los cantores de decir las verdades, de cantar lo que deben cantar porque tienen el privilegio de subirse a un escenario, y la protección de un público que los quiere. Y porque, como dice la canción, «Si se calla el cantor, calla la vida». Bueno, pues es que creo que quienes contamos tenemos la misma responsabilidad. Tenemos un escenario. Tenemos un público. Es decir, tenemos la palabra. Y la responsabilidad de usarla bien.
Mira, esta es la letra de su canción. Cambia cantor por narrador/a, a ver lo que te dice:
Si se calla el cantor calla la vida
Porque la vida, la vida misma es todo un canto
Si se calla el cantor, mueren de espanto
La esperanza, la luz y la alegríaSi se calla el cantor se quedan solos
Los humildes gorriones de los diarios,
Los obreros del puerto se persignan
Quién habrá de luchar por su salarioQue ha de ser de la vida si el que canta
No levanta su voz en las tribunas
Por el que sufre, por el que no hay
Ninguna razón que lo condene a andar sin mantaSi se calla el cantor muere la rosa
De que sirve la rosa sin el canto
Debe el canto ser luz sobre los campos
Iluminando siempre a los de abajoQue no calle el cantor porque el silencioCobarde apaña la maldad que oprime,
No saben los cantores de agachadas
No callarán jamás de frente al crimenQue se levanten todas las banderasCuando el cantor se plante con su gritoQue mil guitarras desangren en la nocheUna inmortal canción al infinitoSi se calla el cantor calla la vida
Y aquí el autor contando cómo la escribió:
Espero que lo hayas disfrutado.
Soy Ana María Caro. Escribo y cuento cuentos. Por puro placer. O tal vez por responsabilidad.